El video muestra el tiebreak del cuarto set. Simplemente fantástico. Con varios cambios de dirección y golpes mitológicos, se eleva al estado de imborrable para aquellos que pudieron disfrutar de él.
El siguiente fragmento es extraído del libro "Rafa, Mi historia", escrito por Nadal junto con el periodista John Carlin. Cuenta con lujo de detalle cada momento de ese tiebreak, cada sensación, cada pensamiento que se cruzó por la cabeza del español. Una invitación a navegar por una de las mentes más fuertes del circuito:
"Desde el punto de vista de la calidad de juego, el cuarto set fue quizás el mejor que disputamos en aquella final. Los dos estábamos al cien por cien, terminábamos los largos peloteos con un golpe ganador tras otro y cometíamos pocos errores. Yo siempre iba un juego por delante porque saqué el primero, de modo que cuando le tocaba servicio a Federer se limitaba a no rezagarse, algo que consiguió todas las veces. Que nadie diga nunca que Federer no es un luchador.

Le tocaba ahora servir a él y yo estaba más relajado de lo que sabía que estaría en el siguiente servicio, porque se lo había roto dos veces e iba por delante. (...) Me decía: «Cíñete al plan de juego, lánzale liftados (top) altos a su revés.» Pero en el siguiente punto eludió el revés y me lo ganó con un electrizante derechazo paralelo.
Cambiamos de lado cuando yo iba ganando 4-2. (...) El siguiente peloteo fue largo, quince disparos, los dos jugando con cautela, yo conteniendo el impulso, que habría sido suicida, de terminar de una vez con una derecha ganadora, y el punto terminó cuando Federer se puso nervioso antes que yo y un revés se le fue. Me permití un pequeño momento de celebración: un discreto puño al aire, controlado, a cámara lenta. Nada exuberante, nada que la multitud de la Centre Court pudiera ver, pero por dentro —no podía evitarlo— me sentía cerca, muy cerca de conseguirlo. Cuando saqué, ganando 5-2, tenía la impresión de tener el sueño de mi vida al alcance de la mano. Fue mi perdición.
Hasta entonces la adrenalina había vencido a los nervios; pero, de pronto, éstos estallaron. Me sentí al borde de un precipicio. Mientras botaba la bola antes de mi primer servicio, pensé: «¿Dónde se la coloco?» No debería haberlo meditado tanto. Debería haber sacado con un golpe abierto hacia su revés, como había estado haciendo todo el rato. Pero apunté recto, le di fuerte y la pelota botó fuera. Estaba ya muy nervioso. Había entrado en un territorio desconocido. Mientras lanzaba la bola al aire, me dije: «Peligro de doble falta: no la fastidies.» Pero sabía que iba a hacerlo. Estaba realmente tenso. Y, efectivamente, envié el segundo saque a la red, como un tonto. Los nervios me devoraban, pero la causa no era el miedo a perder; era el miedo a ganar.(...)
¿Qué significaba el miedo a ganar? Significa que, aunque sabes qué golpe tienes que jugar, las piernas y la cabeza no te responden. Los nervios se apoderan de ellas y no puedes esperar; no puedes aguantar. No era miedo a perder porque en ningún momento del partido pensé que no fuera a ser capaz de vencer. En ningún momento perdí la fe.
Pero mientras me disponía a sacar otra vez, con el marcador 5-3, la convicción desapareció. Perdí el valor. Porque, en vez de seguir jugando, en vez de borrar de mi cabeza el contratiempo de la doble falta, dejé que influyera en el siguiente saque. (...) fue un saque flojo, un cauteloso segundo servicio disfrazado de primero, un saque cobarde. Sí, ése es el calificativo exacto. Fue un momento de cobardía, que permitió a Federer pasar al ataque en el acto. Restó con un golpe en profundidad, se lo devolví corto, me envió otro golpe en profundidad y entonces fallé —un error garrafal—: Le di mal a la bola y mi revés se estrelló contra la red. No se había tratado ni mucho menos de un golpe imposible de devolver; si me la hubiera lanzado así diez veces, en nueve no habría habido ningún problema. Incluso habría podido responder con un golpe ganador. Pero tenía el brazo rígido, había perdido el ritmo y todo yo estaba descolocado. En vez de acompañar con convicción el movimiento del golpe, las piernas se me habían inmovilizado en el sitio, hechas un manojo de nervios.
Íbamos 5-4 y le tocaba sacar a él. La iniciativa era ahora de Federer. Su primer servicio fue genial, abierto, hacia mi derecha. Resté con un zarpazo corto y me clavó un golpe ganador. Pensé: «La he pifiado. Pero vamos 5-5 y todavía estoy en el tiebreak. Si gano un punto, este punto, estaré a uno de partido para ser campeón de Wimbledon. Igual la cago, pero voy a conseguir este punto.» Ah, pero Federer repitió entonces otro saque fenomenal y yo me vi casi perdido. Ahora era él quien tenía el punto de set y yo, quien servía. De pronto ya no estaba tan nervioso, tan preocupado por hacer doble falta. Me había apartado del precipicio. El miedo a ganar se había esfumado, me encontraba en una situación menos cómoda pero a la que estaba más acostumbrado: peleando para salvar el set. Estrellé el primer servicio en la red, pero ya no pensaba en la doble falta. Mi segundo saque fue un golpe decente y entablamos un largo peloteo en el que castigué su revés. Le envié un pelotazo abierto hacia su derecha, aunque algo corto, y allí vio él su oportunidad. Buscó una derecha ganadora y se le fue.
Volvimos a cambiar de lado. Como siempre, Federer se colocó en su sitio antes que yo. Yo tenía que secarme con la toalla, dar mis tragos de agua a las dos botellas. Luego me acerqué al trote a la línea de fondo. Conseguí por fin un primer servicio perfecto y nos enfrascamos en un fuerte peloteo en el que ambos golpeábamos con dureza y en profundidad, en su caso, en cierto momento, con demasiada profundidad. (...) Ahora yo tenía el punto de partido y servía él. Pero respondió como el gran campeón que es y me encajó otro de sus imparables servicios.

Volvía a estar con un punto de partido y por entonces era otra vez dueño de mis nervios. Pensé que merecía encontrarme donde me encontraba y que estaba a un paso de conquistar Wimbledon. Qué bobo. Realmente muy bobo. Fue uno de los pocos, poquísimos momentos de mi carrera en que pensé que había ganado antes de ganar. La emoción pudo más que yo y olvidé la regla de oro que hay que obedecer en tenis más que en cualquier otro deporte: que nada termina hasta que se acaba.
El marcador decía 8-7 y yo tenía punto de partido y el servicio. Hice exactamente lo que tenía que hacer, sacar abierto hacia su revés. Su resto se le quedó corto, a mitad de pista, y entonces, exactamente entonces, fue cuando, por primera vez en mi vida profesional, al acercarme para golpear la bola, antes de tocarla, me sentí pletórico y con la eufórica certeza de que la victoria era mía. Le envié una derecha hacia su revés y corrí a la red, creyendo que iba a fallar o a devolverme la pelota con un golpe flojo y que yo lo machacaría sin problemas. No fue así. Me endosó un revés sensacional en paralelo al que no llegué. He repasado ese punto en mi cabeza muchísimas veces. Lo tengo grabado en el vídeo de la memoria.
¿Qué otra cosa habría podido hacer? Tal vez golpear la pelota con más fuerza y profundidad, o enviarla hacia su derecha. Pero ni siquiera ahora creo que esto último hubiera sido lo indicado. (...) Para ser justos, propinó un golpe realmente fantástico en un momento en que tenía sobre sí una gran presión. En el punto anterior yo había dado el mejor golpe del partido y él había respondido de inmediato con otro equivalente. Sólo más tarde, cuando todo terminó, fui capaz de reflexionar y concluir que aquella final de Wimbledon fue especial a causa de momentos como los descritos, que fueron los más dramáticos.
Aquel golpe ganador le dio un subidón. Me hizo sudar la gota gorda en el punto siguiente, pues golpeó con una confianza terrible y ganó con una derecha cruzada a la que ni siquiera llegué. Estábamos 9-8 en el tiebreak y él servía. Su primer pelotazo botó fuera del cuadro de saque y gran parte del público lanzó un «¡Aaaah!» de decepción muy poco frecuente. No querían que terminara el partido, querían un quinto set. Y lo tuvieron. Mi resto a su segundo servicio también salió fuera y fue entonces cuando de verdad quedamos igualados. Dos sets a dos, a todos los efectos 0 iguales."